Lisboa

Otro bonito viaje en familia nos lleva a la capital de Portugal. El metro nos deja justo delante del chirriante sonido de los railes del elevador da Gloria, subiendo la mitad de la cuesta tenemos el hotel, y no podemos dejar de pararnos para fotografiar el cruce de los tranvías que suben y bajan. Lisboa se alza sobre siete colinas, prepárate para subir cuestas.

Una vez dejadas las maletas, esta vez cuesta abajo nos proponemos a callejear. Cómo no cogemos el famoso tranvía 28 para subir al Castillo de San Jorge, haciendo alguna paradita en el mejor punto panorámico sobre el estuario del Tajo y el barrio de Alfama. Desde luego las vistas desde el castillo también son espectaculares pero comienza a llover ligeramente, nos da tiempo para visitarlo a paso ligero, y buscar un lugar para comer no muy lejano. Nos deleitan con una sopa calentita y pescado variado, cómo no podía ser de otra manera en este humilde barrio de pescadores.

Siempre bajo el "moja bobos" nos acercamos al exterior de la Catedral de Santa María la Maior y descendemos por el entramado de callejuelas, aprieta la lluvia, ni los chubasqueros ni los capotes nos libran de acabar calados, por lo que bajamos las cuestas a una velocidad inusitada. ¡Qué bien sienta la ducha calentita y el cambio de ropa!. Antes de cenar todavía tenemos tiempo de coger el ascensor da Bica, empinadísima calle, llena de gente que disfruta el momento en las puertas de las tabernas.

El domingo desayunamos temprano en las cercanías de la preciosa praça do Rossio y nos disponemos a tomar el tren hacia Sintra. No teníamos muy claro si ver el colorido Palacio da Pena, pero nos decantamos por la Quinta da Regaleira, creemos que más atractiva para visitar con niños y más cercana del centro histórico de Sintra. 

Sus jardines exhuberantes llenos de fuentes, las cáscadas y sus túneles misteriosos. La mayor atracción el Poço Iniciático, una torre en forma de espiral con nueve pisos (te cuentan que esos nueve giros simbolizan el infierno de la Divina Comedia de Dante), además era un rito de iniciación para los masones. Nos pareció divertido disfrutar como niños de un mundo encantado y reencontrarse de nuevo al otro lado de alguna de sus grutas subterráneas con un miembro de la familia. Finalmente recorremos las estancias del palacio, sus torreones, el lago... 

Después de comer, sentados al solecito en la plaza de la República contemplamos en directo un grupo de baile tradicional portugués. Ya de vuelta a la ciudad y al atardecer aún tenemos tiempo de coger el famoso Elevador de Santa Justa y dar un garbeo por el Chiado, barrio elegante y bohemio llamado el "Montmartre" de Lisboa.

Al amanecer estamos en la hermosa praça do Comércio frente al mar, la ciudad apenas despierta y a cualquier otra hora del día la encontraréis repleta de turistas. 

Tomamos el tranvía 15 y cómo no, nuestra primera parada pasa por degustar los pastéis de Belém, hay una tremenda cola pero como tomamos también café nos acomodan en un bonito patio interior de precioso azulejo azul, con puertas y ventanas azul marino, realmente acogedor. 
Nos informan que los lunes todas las atracciones turísticas están cerradas en este barrio, un fallo del que no nos dimos cuenta ayer, puesto que hubiéramos cambiado el itinerario de Sintra para hoy. 

Continuamos hasta el Monasterio de los Jerónimos aunque sea para verlo desde fuera y damos una vuelta por los jardines y fuentes que se encuentran en frente. Nos dirigimos por fin llaneando, hacia la torre de Belém, Patrimonio de la Humanidad, era una fortaleza para proteger la entrada al puerto a través del Tajo. Esculpida en piedra y ubicada sobre una bonita playa, a la que se accede a través de una pasarela. ¡pena que no podamos entrar!.

Desde el barrio de Belém partieron los exploradores portugueses, así que caminamos hasta el monumento a los Descubrimientos.


Al fondo el más emblemático: Puente 25 de abril, su nombre lo obtuvo al finalizar la Revolución de los Claveles y por él circulan trenes y vehículos en alturas diferentes. Cuando supimos que había un ascensor que sube a una plataforma de cristal colgada sobre el vacío, los más atrevidos y sin vértigo no pudimos dejar de experimentar la fabulosa experiencia: un mirador panorámico sobre el cielo de Lisboa. 
Ya no tenemos tiempo para ir a la Exposición del 98, ni ver el moderno Puente Vasco da Gama, por lo que tendremos una buena razón para volver. 

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